Los días pasan aburridos, monótonos, rutinarios. Sin
embargo, parece que no nos percatamos del que reloj avanza sin pedirnos
permiso. Y sin darnos cuenta la estela
de la muerte nos visita.
La muerte, algo natural, perteneciente al ciclo de
la vida. Todo ser vivo nace, se reproduce y muerte. Es algo que nos enseñan
desde pequeños en la escuela.
Aprendemos, mas bien nos enseñan que un nacimiento
es motivo de alegría y gozo. En cierto modo, a enfrentarnos a ese momento;
también, nos preparan para ese momento íntimo pero nadie nos enseña como
enfrentarnos a la muerte. No digo quiero decir con enfrentar a
intentar huir de ella, sino a saber aceptarla como parte de la vida.
Porque no desconocemos cuando
puede llegar ese momento en que tengamos que decir adiós o seamos nosotros
mismos quienes debamos despedirnos.
La vida, la muerte, pueden ser como una vela: que
lentamente se va consumiendo, poco a poco hasta extinguirse finalmente su llama
o apagarse de repente.
Y en ese último caso , ¿qué hacemos? Nadie nos ha
enseñado como debemos enfrentarla solo el tiempo, sabio y a veces traicionero,
lo hace. Cierra esa herida de la única manera que sabe: avanzando.
Difícil lección pero fácil de aprender.