Era una cuidad ilustre, de abolengos habitantes.
Día y noche mostraban la majestuosidad de sus calles y sus monumentos. El sol parecía realzarla convirtiéndola en una urbe utópica, mientras que la sosegada noche la convertía en un lugar más propio de los sueños e ilusiones.
Era una armónica entropía.
Y sus residentes esperpentos reflejos.
Rostros de maniquíes sonrientes, vestidos de trajes pulcros, que paseaban. Hablaban con la educación y cortesía de reyes pero solo había que mirar en el interior de aquellas personas para descubrir la obscuridad y el odio. Eran monstruos con apariencia humana.
Cada uno de ellos llevaba consigo los siete pecados capitales. Crueles demonios disfrazados de ángeles.
viernes, 23 de septiembre de 2016
jueves, 15 de septiembre de 2016
Calígine
En sus ojos se hallaba la determinación de luchar por algo que era imposible. Sabía que no lo lograría, que sería una batalla perdida pero no dudó un solo instante en pelear.
En mantenerse "vivo" aunque eso significara acabar con todo lo que un día fue.
Tardó en comprender lo que le ocurría y desconocía cuánto tiempo pudo haber pasado en aquel extraño limbo.
Nunca creyó que hubiese vida después de la muerte, esto destrozaba por completo su teoría. A decir verdad todo lo que creía se convirtió en pesadilla cuando empezó aquella horrible pesadilla.
Aunque siempre pensó que la muerte traía consigo paz y serenidad.
Pero no era así.Ni mucho menos.
Lo único que sentía era odio, rencor e ira. Y se negaba. Se negaba en rotundo a que ese fuese su final.
Miró aquellos engendros que le rodeaban, los cuales alguna vez fueron humanos; su futuro, su destino tal vez sería convertirse en uno y supo, entonces, que se vengaría.
No por ellos, esos despojos esperpénticos. Era por él. Por sus amigas, las cuales esperaba no ver por allí.
Sabía a quién debía buscar, era irónico que pudiera ver tan claro todo ahora...teniendo en cuenta donde se encontraba. La niebla que le rodeaba pareció hacerse más densa.
Estaba claro que le costaría encontrarle pero qué más daba, tenía toda una eternidad por delante.
En mantenerse "vivo" aunque eso significara acabar con todo lo que un día fue.
Tardó en comprender lo que le ocurría y desconocía cuánto tiempo pudo haber pasado en aquel extraño limbo.
Nunca creyó que hubiese vida después de la muerte, esto destrozaba por completo su teoría. A decir verdad todo lo que creía se convirtió en pesadilla cuando empezó aquella horrible pesadilla.
Aunque siempre pensó que la muerte traía consigo paz y serenidad.
Pero no era así.Ni mucho menos.
Lo único que sentía era odio, rencor e ira. Y se negaba. Se negaba en rotundo a que ese fuese su final.
Miró aquellos engendros que le rodeaban, los cuales alguna vez fueron humanos; su futuro, su destino tal vez sería convertirse en uno y supo, entonces, que se vengaría.
No por ellos, esos despojos esperpénticos. Era por él. Por sus amigas, las cuales esperaba no ver por allí.
Sabía a quién debía buscar, era irónico que pudiera ver tan claro todo ahora...teniendo en cuenta donde se encontraba. La niebla que le rodeaba pareció hacerse más densa.
Estaba claro que le costaría encontrarle pero qué más daba, tenía toda una eternidad por delante.
jueves, 1 de septiembre de 2016
La casa embrujada
Los árboles proyectaban una amplia sombra sobre el banco en
el que ellas estaban sentadas, el bullicio impedía que cualquier persona ajena
escuchara la conversación.
— ¿Sabéis que han parado la demolición de la casa que hay
tras el cementerio? —preguntó una chica de azulado cabello e iris azules.
— ¿La que dicen que está embrujada? — inquirió a su vez una
joven de dorados cabellos y ojos color café, a lo que si interlocutora asintió.
— ¿Por qué? — intervino una tercera de rojizos rizos y
verdes ojos, los cuales clavó en su extraña amiga.
—Dicen que ha habido demasiados “accidentes” — contestó la
aludida tras encogerse de hombros queriendo parecer desinteresada.
— ¿Por qué lo entrecomillas? — les interrumpió un muchacho
de dorados ojos y azabache pelo cuyo rostro estaba surcado de pecas.
El recién llegado se quedó de pie, apoyado contra el tronco.
—Porque no creo que sean simples accidentes— respondió sin
mirarle.
— ¡¿De verdad crees que está embrujada?! — exclamó incrédulo
tomando como una afirmación su mutismo— Eso es lo que se les dice a los niños
pequeños para que no se acerquen— dijo con mofa.
— ¿Eso crees? — intercedió la oji-verde a favor de su amiga,
el moreno asintió intentando contener la risa. —Está bien— entrecerró los ojos
dibujando una maquiavélica sonrisa, se relamió los labios antes de lanzar su
reto— Entonces, ¿sería capaz de pasar tres horas allí, de noche o no tienes
huevos?
Pronto se arrepintió
de su afirmación; no obstante, no podía echarse hacia atrás ese “no tienes
huevos” era toda una declaración de
guerra, no podía rechazarla. Tenía que aceptar sí o sí aunque no iría solo, eso
lo tenía claro.
—Acepto pero ¿solo yo? ¿Tanto miedo os da? — provocó
conociendo la reacción que tendría su amiga, esta vez fue él sonreía de forma
maliciosa.
—Ninguno— dijo con orgullo— Es más, para que salgas
corriendo, iremos nosotras también.
La rubia suspiró negando con la cabeza mientras se pellizcaba
el puente de la nariz, murmurando: —Siempre pasa lo mismo.
Por otro lado, la joven de cabello azulado no puedo evitar
mostrar su descontento y temor dejando escapar un sonoro “no” que atrajo la atención, no solo de sus
amigos, si no de cuantos se hallaban cercanos a ellos en el parque.
—Sí, iremos— rebatió aunque era más una orden— Nos veremos a
medianoche en la verja de la entrada— sentención colocándose uno de sus rizos
tras la oreja.
Tal vez si hubieran
sabido que todas aquellas historias eran reales…
Aquella fue una noche fría, de las más frías que podían
recodar por las fechas en las que estaban. Las luces de la cuidad impedían ver
las estrellas pero no por ello la luna, que se presentaba majestuosa en el
cielo nocturno. Las doce sonaron en el campanario de la ermita que había a unas
manzanas, las calles estaban inusualmente solitarias excepto por el grupo
de jóvenes.
—Bien— dijo la culpable de aquella reunión— Vamos a colocar
una alarma para saber cuando han pasado las tres horas.
—Ni que fuese un parque de atracciones para evadirnos tanto—
comentó sarcástico el muchacho ganándose una severa mirada de su compañera.
— ¿Tanto miedo tienes?— levantó las cejas y clavó sus
castaños en él, el cual solo respondió chasqueando la lengua. Aquella frase comenzaba a repetirse demasiado.
Pese a que ninguno quería admitirlo estaban asustados, no
querían atravesar aquella oxidada verja que los separaba de la propiedad. Deliberadamente
había ignorado un cartel que prohibía el paso por riesgo de derrumbe.
Si tan solo uno de
ellos hubiese retrocedido, se hubiese amedrentado…
Con una falsa decisión comenzaron a caminar, dejando atrás
la seguridad de la calle otorgada por la luz de las farolas. Las escaleras de piedra que conducían a la
casa estaban rotas, cubiertas de maleza. El descuidado jardín que les rodeaba
en aquel momento le daba un aspecto más sombrío y lúgubre a la antigua vivienda
donde la única iluminación que tenían era la procedente de sus teléfonos.
—¿Os imagináis que veamos ahora un cementerio familiar
oculto por los árboles? — bromeó el de ojos dorados para evitar el silencio. Le
recriminaron por ello, a ninguna le hizo gracia aquella broma
— ¿Qué? — preguntó
encogiéndose de hombros sin entender porque habían reaccionado así— Es lo que
siempre ocurre en este tipo de casas en las películas americanas.
Nadie añadió nada más, no querían pensar que algo así podía
encontrarse en su camino; ni siquiera eran capaces de dirigir sus smarphones hacia el jardín temiendo lo
que pudieran ver. Unas ramas secas comenzaron a moverse deteniendo el paso del
pequeño grupo, se apegaron más entre sí
y guardaron silencio. Ninguno tenía la intención de moverse hasta no descubrir
que había sido aquello mas tampoco se aventuraban a mirar o acercarse. Pasaron
así unos segundos que para ellos se hicieron eternos hasta que salió un cuervo,
tal vez el más grande y aterrador que jamás hubieran visto o quizá solo era
motivado por el ambiente, que acabó por posarse en el punto más alto de la
casa.
A ninguno le gustó
aquello, pueden que no creyeran por completo todos los mitos y leyendas; sin
embargo, para ellos era un símbolo de mal agüero al que deberían haber hecho
caso.
Llegaron a un porche de madera que precedía a la entrada
principal, tenía unas pequeñas escaleras y rodeaba toda la fachada exterior de
la casa; sin duda cuando estaba es su esplendor aquel lugar, frente al jardín,
debería ser casi paradisiaco; si se fijaban bien hasta podían apreciar un
columpio y maceteros alrededor. Pero lo que quedaba ahora no era más que restos
de madera podrida y carcomía, lo que solo conseguía hacer que aumentara su
curiosidad, ¿por qué abandonaron aquel lugar?
Nada más poner el pie en el primer escalón de madera éste se
partió provocando un leve grito que no consiguieron ahogar y una maldición por
parte del rubio.
—Cuidado— avisó la chica de rizado cabello, algo innecesario
por decir pero que tuvo necesidad de hacerlo.
Caminaban con la sensación de estar sobre un cristal a punto
de quebrarse, lentamente llegaron a la entrada principal. Una imponente puerta
de lo que fue robusta madera, apenas se podía apreciar los detalles que una vez
la adornaron y pasaron por alto el hecho de que la madera estaba
ennegrecía para fijarse únicamente en
una cerradura que no existía.
—Está nueva, la han debido cambiar hace poco— comentó la oji-azul tocando la cadena que única ambas
puertas— ¿Y ahora qué hacemos? — inquirió rogando interiormente poder volver ya
a su casa.
—Pues entramos por la puerta de atrás— respondió el joven,
quien envalentonado no había pensado en sus palabras.
—No creo que esté abierta— argumentó su amiga, buscando de
esa manera la excusa para volver.
— ¿Nos volvemos?— sugirió la rubia, retrocediendo unos
pasos.
El moreno sonrió con cierta burla y alivio, de aceptar su
proposición solo había un desenlace para su apuesta: habría ganado y así se lo
hizo saber a la pelirroja con una mirada.
—Ni hablar, vamos a la puerta de atrás— ordenó con los
brazos cruzados y haciendo uso de un valor del que carecía. No estaba dispuesta
a dejarse ganar.
Debieron dejar de lado
su soberbia. Debieron ver las pistas que la casa les ofrecía. Pero no lo
hicieron.
Marcharon en fila india hasta la puerta trasera, supusieron
que era la de la cocina, pero el resultado fue el mismo. Se miraron entre
sí, no podían entrar por las puertas y
el acceso por las ventanas estaba más que descartado ya que todas ellas se
hallaban tapiadas desde el interior. Pronto una idea apareció en la mente de
cada uno de ellos, querían desecharla, evitar que el otro tuviera la misma mas
solo hizo falta un vistazo para descubrir que tenían el mismo pensamiento.
El muchacho haciendo alarde de osadía comenzó a caminar
deseando en su fuero interno que le detuvieran pero eso no ocurrió. Le siguieron,
con la sensación de ir al patíbulo, hasta llegar a unas puertas ocultas por las
hojas y maleza, que de no saber su ubicación exacta nunca darías con ellas. Se
trataba de las puertas exteriores del sótano.
Mil y una historias corrían a cargo de ellas y el cómo se
habían descubierto y mantenido ocultas. Esa era la única entrada plausible.
Tiró de los aros metalizados que hacían de pomo no sin
cierto esfuerzo y tomó aire antes de entrar, siempre con la linterna de su
móvil por delante.
— ¿Vamos? — la rubia buscó camaradería en su amiga de azul
cabello que aún no se había atrevido a dar un paso hacia el interior.
—Sí— respondió en un murmullo aún indecisa, tenía sensación
de que jamás volvería a ver aquello. Echando un último vistazo al cielo buscó
la luna sin ser capaz de hallarla.
Si hubiera hecho caso
a ese presentimiento como en otras ocasiones.
Sin que ninguno de
ellos lo supiera, comenzó a levantarse una espesa niebla…
La aplicación “linterna” que tenían en sus teléfonos no alumbraba con la suficiente claridad que ellos
deseaban; provocando que las sombras se burlaran de ellos con grotescas formas,
ayudadas por aquellos misteriosos bultos o cajas que no se atrevieron a
descubrir. Buscaron con avidez las escaleras y nada más divisarlas ascendieron
por ellas a la primera planta. En cuanto
abrieron la puerta una nube de polvo los recibió, todo cuanto eran capaces de
ver estaba cubierto por una capa que casi podría haberse confundido fácilmente
con nieve.
Tal vez si no hubiese
estado tan asustados se habrían percatado de las huellas que no debería haber.
Caminaban sin saber donde ir, explorando con cautela. No querían
bajar al sótano, la oscuridad que reinaba ahí era demasiada para ellos y aunque
donde estaban ahora no distaba demasiado, los pequeños huecos que había entre
los tablones de madera dejaban pasar pequeños atisbos de luz procedente de la
luna. Si se paraban podían apreciar las pequeñas partículas de tierra
suspendidas en el aire.
Llegaron, primero, a una gran sala. Estaba desprovista de
pequeños objetos tales como lámparas, jarrones o cuadros que, o eso pensaron,
se habían llevado los antiguos dueños o habían vendido en alguna subasta. Los grandes muebles como un enorme sofá, un
piano parecían mucho más grandes en la habitación. Aquella sala se separa del
comedor por una puerta corredera, la cual se hallaba rota, donde se podía
apreciar una mesa rectangular para, al menos, diez comensales pero no vieron
ninguna silla ni tampoco otro mueble más a parte de un armario de mediana
altura que en alguna ocasión pudo guardar una preciosa vajilla. La cocina daba
pena verla, completamente vacía y rota, una lámpara amenazaba con caerse de un
momento a otro y alguna de las estanterías estaba tiradas sobre el suelo, las
puertas de los armarios rotas y arañadas a causa de los animales, pensaron.
Estuvieron también en la biblioteca, en la cual quedaban algunos libros y un
par de sillones.
La pelirroja estiró la mano hacia uno de los libros que
daban en el estante, apenas tenía polvo y parecía como si lo hubiesen leído
hacía poco, volvió a dejarlo en su sitio y reparó en que había otro junto a uno
de los sillones como si hubiesen interrumpido la lectura de alguien pero no
llegó a darle más importancia. Ninguno se percató en que, a diferencia del
resto de muebles que habían visto, uno de los muebles no estaba cubierto por
una sábana.
—Seguro que esto le hubiera encantado al Rata— comentó la
rubia, recordando, de pronto, a un compañero que se pasaba los días encerrado
entre libros —Por cierto, ¿qué fue de él?
—Se fue con una tía a vivir hace unas semanas— respondió su
amigo— Creo que le retaron a entrar aquí; le amenazaron con que de no hacerlo,
le harían la vida imposible.
—¿Por eso se fue? — inquirió la oji-azul, él se encogió de
hombros como respuesta.
Cuando volvieron al pasillo decidieron terminar su tour por
la planta baja. Se encontraban delante a la entrada principal y frente a ellos
unas escaleras que conducían a la planta superior, la cuales en otro tiempo
estuvieron adornadas con un gusto exquisito pero de aquello no quedaba rastro
tampoco del cuidado grabado de ángeles que tuvieron. Al igual que las paredes
que les rodeaban, cubiertas de moho aquellas que no lo estaban de un desgastado
papel que pudo haber sido persa.
—Vamos a mirar arriba— pese a que era una afirmación no sonó
como tal; sin embargo, el hecho de no haber encontrado ningún indicio de que
allí hubiese algo o alguien, y el no haber escuchado tampoco ningún ruido más
allá de sus pasos o breves conversaciones les hizo querer seguir investigando.
Los peldaños crujían bajo sus pies con el aviso de poder
romperse bajo su peso, cegados por la insensatez continuaron.
Cuando llegaron al final de la escalera dos corredores se
extendían tanto a la derecha como a la izquierda, parecía interminables y de
tener fin podía ser un abismo, o eso les parecía ellos.
No podían negar estar asustados pero la emoción de haber
llegado hasta ahí y la curiosidad que iba incrementado poco a poco superaba
aquel primario sentimiento. Decidieron separase para poder explorar lo máximo
en el mínimo tiempo posible.
Los pasillos estaban desnudos, dejando al descubierto la
madera del suelo, tal vez pudo haber estado antes cubierta por una alfombra y
las paredes dejaban claro que antes hubo allí cuadros, quizá de algún paisaje o
de ostentosos personajes.
El silencio les rodeaba como compañera de la obscuridad,
desconocían los que se escondía en las tinieblas más allá de la luz que
portaban. Decidieron comenzar a tararear una canción para ahuyentar el miedo de
ser vulnerables o a decir sus pensamientos en voz alta. No quería escuchar la
nada.
Tal vez de haberse mantenido callados hubieran escuchado el
crujir de las escaleras.
Entraron en las habitaciones pero no había en ellas nada que
suscitase especial interés, al menos nada que pudieran apreciar de noche.
La oji-verde volvió al pasillo, más por casualidad que por algún motivo
concreto decidió alzar la vista. Observó el techo quemado, forzó al vista hasta
divisar lo que parecía haber sido la entrada al desván, preguntándose que pudo
haber pasado; de este modo llegó a fijarse también en que gran parte de las
paredes de esa planta también estaban quemadas, aunque parecía que el fuego no
llegó a tocar los cimientos. Advirtió
entonces una sombra móvil a su lado, rauda alumbró hacia ella. Abrió la boca
para gritar pero no le dio tiempo a emitir ningún sonido antes de que aquello
le atravesara el pecho con insólita facilidad, fue tan rápido como una
inspiración. Sintió una fuerte opresión sobre su corazón. Antes de caer ya estaba muerta.
La sangre brotaba de ella encharcando en suelo como una
espesa mancha negruzca.
Al escuchar el golpe se reunieron rápido en el mismo punto
que se habían separado, no tardaron en darse cuenta que faltaba una de ella.
—¿Dónde está? — preguntó clavando su ambarina mirada en sus
amigas, esperando una respuesta pero las dos negaron —Mierda, mierda, mierda—
rumió entre dientes.
—Teníamos que haber salido antes, no era normal—dijo
alterada una de ellas, enredado su azulada melena entre los dejos.
— ¿El que no es normal? — se atrevió a preguntar la
pelirroja preocupada por solucionar aquel asunto cuanto antes y buscar a su
amiga.
— ¿Acaso no os habéis dado cuenta? — cuestionó entre
asustada y sorprendida, ambos negaron— La casa lleva años abandonada, su
aspecto deplorable lo demuestra pero no visto ni una sola araña, ni telarañas,
ni ratones ni ninguna señal de que aquí haya más vida que la nuestra
Se miraron entre ellos sin saber qué hacer, pensando en
aquella verdad. Quería salir de allí cuánto antes pero no podía dejar a nadie
atrás, ¿o sí?
—Está bien— tomó la palabra— Vamos a por ella, seguro que
está bien y nos vamos de aquí, ¿vale? — ellas asintieron, ninguna de las dos se
sentía capaz de decir nada para rebatirle.
Giró sobre sus talones en la misma dirección que le había
visto ir la última vez. Encabezaba el reducido grupo, sabiendo que le seguían
de cerca. La llamó; no obstante, su voz apenas fue más que un murmullo, parecía
temer que alguien o algo más le escuchara.
Notó pisar algo viscoso y se retiró de un salto. Titubeante
dirigió el haz de luz hacia el suelo, sus ojos se abrieron y el aire le faltó
durante unos instantes. No fue capaz de decir en voz alta lo que veía pero
comenzó a retroceder arrastrándolas consigo.
—Tenemos que salir— quisieron negarse pero notaron en su voz
algo más que una simple orden, algo oscuro, miedo e inseguridad.
Obedecieron encaminándose hacia las escaleras. Descendían
rápido, sin preocuparse esta vez por la posibilidad de que alguno de los
escalones se partieran. Antes de pisar los últimos escalones escucharon al
final de los mismos un sonido gutural, similar al gemido de un animal. Se
volvieron y aquello que vieron les heló la sangre y paralizó por completo sus
cuerpos.
—Corred— gritó sin reconocer su propia voz.
Por instinto se dirigieron a la puerta principal para
escapar, olvidando que estaba cerrada. Forcejearon con ella unos minutos,
finalmente desistieron a la vez que aquella criatura desaparecía. Pensando
únicamente en sobrevivir y salvarse, se dividieron.
La joven de mirada celeste se dirigió hacia la puerta del
sótano, consciente de que esa era su única vía de escape; sin embargo, la
madera no soportó esta vez su peso y terminó por partirse atrapando su pierna y
produciéndole algunos cortes en el proceso. Gritó y lo hizo aún más cuando sacó
la pierna, notaba como las astillas y madera le rasgaba y cortaban la piel.
Había empezado a llorar a causa del dolor mas eso no fue impedimento para que
siguieran bajando las escaleras y quisiera salir. Arrastraba la pierna, dejando
tras de sí un camino carmesí que a falta de luz parecía ser la propias
tinieblas que goteaban. Estaba a escasos
metros de poder salir, creía que lo iba a lograr, cuando sintió que le rodeaban
el cuerpo. Notó todo sus huesos resquebrajarse y cómo sus órganos eran
aplastado mientras profería alaridos.
Los cabellos rizados caían sobre su cara al igual que su
llanto. Ella fue hacia la cocina con la
intención de salir por la otra puerta,
creyendo que sería más fácil de forzar o, también, podía arrancar alguno de los
tablones de la ventana; sin embargo, no llegó a hacer nada de eso. Al escuchar
los gritos de su amiga se quedó estática, el tiempo dejó de pasar. Se quedó
mirando la entrada de la cocina, su sollozo aumentó al comprender lo que había
pasado. Tardó en reaccionar, sin atreverse a salir o hacer cualquier otro ruido
se escondió en la despensa.
Lo que encontró allí le revolvió el estómago de tal manera
que acabó vomitando.
Insectos amontonados y muertos, mutilados, ratas sin órganos
, lo que parecían ser restos humanos; no, ahora estaba segura de que lo eran:
unos brazos, y medio torso humano en descomposición. Y, aun así, lo que más le
horrorizó fue ver allí el cadáver de su amiga, sus ojos vacíos y sin vida fijos
en ella. Giró sobre si misma para
escapar pero ya era tarde. Cerró los ojos y empezó a notar una fuerte presión
en el cráneo, estaba segura de que escuchó como se partían, el dolor le
recorrió todo el cuerpo, chilló y todo
terminó.
Solo quedaba él, de algún modo lo sabía. Huyendo de aquella
bestia de pesadilla había vuelto a la planta de arriba escondiéndose en uno de
los armarios. Se sentía un cobarde por haber abandonado a sus amigas, por no
hacer nada para salvarlas. Se encontraba encogido sobre sí mismo, mordiéndose
con fuerza el labio para evitar llorar pero no lo conseguía. Estaban muertas y él las había dejado morir.
Eran sus amigas, ¿por qué no hizo nada más que huir? Los sentimientos de culpabilidad le golpeaban una y otra vez.
Así pasó más de media hora, no escuchaba nada, no sentía
nada moverse. No estaba dispuesto a salir, a abandonar aquel lugar que creía
seguro. En un instante todo se rompió. El silencio de la casa fue sustituido
por el sonido de una alarma, varias melodías disonantes que anunciaban las tres
de la noche. Apagó la alarma y se
escuchó con atención los ruidos provenientes del pasillo. Pasos sobre la madera
que se acercaban a él, ¿había sido las otras veces tan ruidoso o solo se lo
parecía ahora? Se preparó para luchar con una oportunidad que no tuvieron sus
amigas y aunque le costase reconocerlo, él tampoco.
La niebla había
cubierto por completo toda la casa y se deslizaba hacia el interior de la
misma, reptando por el suelo y las paredes.
Nunca debieron entrar. No debieron hacer caso omiso a todas
esas leyendas circundantes…fue su último pensamiento.
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