jueves, 21 de enero de 2016

Errante

Volar. Volar. Volar. Es una palabra tan simple. Para algunos es un imposible, para otros todo un reto que han de superar, para mi es la vida.
Estar entre las nubes, más alto que ellas y sentir que no hay nada que pueda aferrarte a la tierra; sentir una libertad imposible a ras del suelo, donde las barreras desaparecen y donde sientes que eres capaz de todo. De alcanzar el mismo sol.
No tengo un lugar al que llamar hogar adonde volver, tampoco lo necesito. Solo el simple hecho de poder ir donde quiera, de saber que puedo volar es suficiente para mi.
Es extraño hablar con aquellos que cada año, pese a viajar, vuelven al punto de partida o aquellos que nunca se han atrevido a cruzar los límites del horizonte. Se lamentan de mi, me tienen lástima por no tener donde volver, por estar desplazándome continuamente de un lugar a otro. Para ellos me he convertido en un ser errante.
Soy yo quien siente lástima de ellos por querer encadenarse a un solo sitio e ignorar todo lo que el mundo les puede ofrecer.
He visto lugares maravilloso, tales que parecían sueños: desiertos de nieve, mares de pétalos, árboles tan altos que desafiaban a las nubes; he visto las casas más particulares y pintorescas, casi imposibles de imaginar. Sin embargo, también,  he sido espectador de la desolación. He llegado a lugares tan inhóspitos donde la presencia de cualquier extraño era rechazada, donde la muerte se encontraba en los ojos de quienes miraba.
De cada lugar aprendí un poco y me llevé un poco, tal vez, incluso dejé algo de mí.
Por ello cuando llegué el final de mis días no habrá tumba para mí, pues mi cuerpo no yacerá en un único lugar.

domingo, 17 de enero de 2016

Lo correcto

La nieve caía. Caía sobre las tejas de las casas, sobre el techo de los coches, sobre los adoquines de las aceras y sobre sus hombros mientras miraba aquel barco que se alejaba amparado en la seguridad de la noche. Tenía las manos metidas en los bolsillos de aquel negro abrigo que le llegaba hasta las rodillas, se arrepentía de no haber cogido la bufanda; pues pese a la poca luminosidad podía ver su aliento.
Se preguntaba si había hecho lo correcto. Pronto se casaría, tendría una vida normal. Iría al trabajo, tendría hijos, uno o dos, tal vez un perro también y los domingos irían todos juntos al parque. Sería una vida perfecta ya que tenía la completa seguridad de que la persona con quien iba a contraer matrimonio le sería fiel y le amaba.
Sin embargo, al fin y al cabo sería una vida monótona. Por eso no podía dejar de duda, su sueño: recorrer el mundo, se alejaba cada vez más. La posibilidad de vivir una aventura era ahora un pequeño punto luminoso sobre las obscuras aguas.
Unos pasos amortiguados por el blanco manto le hicieron girarse; las luces del puerto iluminaron su rostro y pudo ver aquellos ojos tan cargados de gratitud como de culpabilidad.
Puede que se arrepintiera pero sabía que había hecho lo correcto.

jueves, 7 de enero de 2016

Reencuentro enterno

Caminaba por la orilla de la playa, descalzo, quería sentir la arena en los pies y el frío de las olas al romper. Tal vez me lo parezca a mi pero cuando la nostalgia te invade parece que somos capaces de sentir más: la vida, la muerte, incluso el paso del tiempo. No te parece extraño que queramos atrapar algo que no podemos, algo que escapa de nosotros incluso antes de nacer; siempre hemos querido retener el tiempo, tal vez, de alguna forma lo que buscábamos era detenerlo pero no podemos. No podemos detener su avance ni lo que trae consigo, sabes a que me refiero, ¿verdad? Recuerdo cuando venía con ella y soltaba mi mano antes de comenzar a correr entre las olas. Reía. Era una risa como la brisa, de esas que sientes por todo el cuerpo y te hacen sentir un cosquilleo en el estómago, de esas que sin saber por qué te hacen sentir especial con solo escucharlas pero era una risa melancólica. Desde que la conocí fue una chica triste y, sin embargo, allá donde fuera atraía la felicidad. Era algo insólito. Intenté hacerla feliz, como ella me hacía a mi. Nunca lo logré, tal vez por eso se fue.
Alcé la vista y la encontré allí de pie, en el acantilado donde solíamos ir para ver como el sol era engullido por el mar. Estaba tan bella como el día que se marchó, con ese vestido verde que le regalé y que le quedaba tan bien. No podía verle la cara pero sabía que su rostro estaba sereno, con una leve sonrisa.
El viento mecía su cabello y hacía ondear el vestido como aquel día. Era todo exactamente igual que aquel día. ¿No te parece sorprendente?
Cuando llegué a la cima del acantilado la vi en el borde, esperándome. Cuando me acerqué saltó extendiendo su mano hacia mi...como aquel día. Entonces creí que me estaba pidiendo que la salvara, no podía estar más equivocado. Había tomado su decisión y no necesitaba ser salvada, jamás necesitó que nadie la salvara. Me pedía que fuera con ella.
Y así lo hice esta vez. Cuando alcancé su mano me sonrió y puedo asegurar que no había tristeza en ella. ¿No te parece misteriosa la tranquilidad que se puede llegar a sentir cuando sabes con certeza el final? Es agradable.
Gabriel, querido amigo, ¿podrás perdonarme? ¿Podrás disculparme por haberme marchado así, sin despedirme? No tenía fuerzas suficientes para seguir haciéndola esperar, no era capaz. ¿Me harías un último favor? Entierra nuestros cuerpos en aquel lugar perdido y olvidado, en medio de aquel desierto verde que tanto le gustaba a ella. Esta vez si encontraréis su cuerpo, junto al mío o tal vez no nos encontréis a ninguno, quien sabe. No me preocuparé por ello, ahora estoy a su lado y es todo lo que me importa.
Amigo mío, nunca he sentido tanta felicidad como ahora, puede que ella fuera la única en darse cuenta de la tristeza que residía en mi.
No tengas prisa por venir, por favor, a mi ya no me quedaba nada; sin embargo, eran tantas las cosas que querías hacer. ¡Adelante! Ve y hazlas, el tiempo ya no pasa para nosotros. Te estaremos esperando, escucharemos tus maravillosas historias y nos sentiremos dichosos cuando nos cuentes cómo son tus hijos y tus nietos. Por eso amigo mío vive como siempre quisiste vivir, que yo he encontrado en la muerte lo que siempre busqué en la vida.

N/A: Esta historia se me ocurrió mientras leía "Suicidios ejemplares"  de Enrique Vila-Matas, de ahí el tema principal que trato.