jueves, 17 de agosto de 2017

Toska



¿Qué es lo que puede hacer que una persona acabe así? Parecía consumida pero no de forma física… no. No tenía los ojos hundidos ni los pómulos marcados, tampoco esas facciones típicas de quienes parecen estar muertos, convirtiéndose en un ente físico de carne y hueso. Cuando me refiero a que parecía consumida es a que…bueno, no sé si realmente esa es la palabra adecuada para definirla. Diré simplemente que parecía como si su interior , metafóricamente hablando, se hubiera quebrado. Parecía que su alma -siempre he pensado que es ahí donde reside la alegría y felicidad- hubiese muerto. Pero de alguna forma una parte de ella luchaba por mantenerse viva. Creo que podría describirla como la llama de una vela que ya se ha consumido y, aún así, su pálida llama rehúsa extinguirse.

Le rodeaba un aura de nostalgia y tristeza que le hacía parecer mucho mayor de lo que realmente era. Su sonrisa era apenas un amago en sus delicados labios y cuando sonreía solo era por cortesía. La única vez que realmente la vi hacerlo de forma sincera sus ojos chispeaban, parecían más vivos que nunca; por un instante, la vi cómo realmente era o cómo debía ser: era joven, mucho más de lo que creía, y guapa. Pero no del tipo de belleza que uno ve y se queda con la boca abierta, que cuando pasan por tu lado te hacen girarte para seguir viéndola. Nada que ver. Su belleza era mucho más sutil, de quienes parecen del montón,  piensas “no está mal” y sin embargo te hallas buscándola con la mirada para poder volver a verla, te vuelves incapaz de apartarla. También tenía carácter. Sabía imponerse cuando debía y defenderse ella sola pese a que la fuerza física brillaba por su ausencia.

Regentaba una cafetería y jamás escuché una sola palabra mal sonante, pelea o discusión subida de tono en su local. Todo el mundo era bienvenido y te hacía sentir cómo en casa, bueno, era mejor que eso.

Si tuviera que decidir cuál fue mi primer amor sin lugar a dudas sería ella. Fue un amor platónico mas la recuerdo con mucho cariño. Sí, me enamoré de ella sin darme cuenta o sin saberlo; el mejor ejemplo que se me ocurre es compararlo con el sueño, sin darte cuenta acabas dormido, da igual cuánto lo intentes no sabes cuándo. Aunque solo era un adolescente por aquella época, con las hormonas revolucionadas, llegué a quererla de verdad. De una forma en las que pocas veces se quiere. Por ello no podía dejar de observarla y a fuerza de ello me percaté de muchos detalles que solían pasar desapercibidos para la mayoría.

Como he dicho era guapa, muchos hombres se dieron cuenta de ello también, puede que lo que buscaran la mayoría de ellos era su cuerpo. Una forma de saciar sus instintos; no obstante, todos cuantos la pretendieron o se declararon fueron rechazados. A decir verdad nunca la vi con ningún hombre ni mujer. Era alguien solitaria, apenas se paraba a hablar con la gente más allá de un cordial saludo, sin llegar a ser arisca o borde. Su voz no tenía nada de especial, un poco aguda quizá; aunque, siempre que te hablaba lo hacía con cierta ternura. De un modo que te alegraba escucharla, es más, lo buscabas.

No era una persona común. Pude darme cuenta de ello un día de lluvia. La vi de pie en la acera, no llevaba paraguas y no parecía tener prisa por refugiarse en ningún lado. Me acerqué con cierto sigilo, como si temiera que el hacer algún ruido pudiera asustarla y hacer que se marchara -fue ahí también cuando me di cuenta de su belleza-, es una sensación similar a cuando ves a un animal salvaje, te fascina pero sabes que cualquier ruido hará que huya. Cuando estuve a su lado le pregunté si quería mi paraguas, me miró sorprendida como si no esperara que yo estuviese ahí; negó mi ofrecimiento alegando que no le importaba mojarse y marchó.

La vez que me percaté de lo joven que era también llovía. Ese día tenía la cafetería abierta y recuerdo perfectamente que eran ya pasadas las seis cuando ocurrió, en ese momento apenas estábamos unas cinco personas en busca de un lugar acogedor en el que pasar esa tarde. Escuchamos un fuerte golpe proveniente de exterior y al asomarnos vimos a uno de nuestros vecinos golpear a su perro. Le conocíamos, sabíamos que era un hombre violento y que lo mismo le daba golpear un objeto que a un animal, vivía solo desde hacía cuatro años cuando le dejó su mujer. Me hubiera encantado decir que salimos en defensa del animal pero la realidad no fue así, realmente en muy pocas ocasiones las personas se comportan tal y cómo dicen que harían, suelen mirar hacia otro lado y tratar de no meterse por miedo a que a ellas les afecte. Y eso fue lo que ocurrió, miramos a otro lado todos menos ella. Armada de valor salió fuera a defender al animal, fue cuando advertí que no tendría más de treinta años. Discutieron; sin embargo, ella no se amedrentó. Por un instante temí que él fuese capaz de golpearla, pero ella emanaba una fuerza, una…era una sensación extraña. Desde donde estaba no podía verle el rostro aunque sí al indeseable ese y por lo que parecía, de haberlo hecho, seguramente me habría dejado sin respiración. Imponía de una forma en las que solo unas pocas personas saben hacerlo, que sin saber por qué prefieres no enfadar y tratas con respeto. Finalmente ella se quedó con el animal cuando él se marchó, no volvió para reclamarlo.

Llevaba en el pueblo más de medio año y apenas sabíamos de ella, debido a sus pocas intenciones de hablar con los demás vecinos; por ese mismo motivo nos gustaba tanto estar en su cafetería. Sabíamos que pasara lo que pasase ella no diría nada. Es más, tampoco la vi nunca juzgar a nadie o hacer un mal comentario, siquiera un mal gesto o poner mala cara.

Hubo una vez que pasó por el pueblo una muchacha de “extrañas pintas”, al menos así lo era para nosotros. Llevaba el pelo cubierto de rastas y sucio, su ropa no era andrajosa, pero estaba cubierta de remiendos, tenía la tez tostada por el sol y en su rostro se leían los días que pasó en la calle. Llevaba consigo una gran mochila y un perro, que pese a parecer bien cuidado estaba muy delgado, al igual que ella. Cuando entró se escucharon murmullos, puede que estuviera acostumbrada pues ni se inmutó. Se dirigió al mostrador, hablaron unos minutos e ignoro lo que sería pero si sé que pidió un café. Se sentó en una mesa cercana a mi dejando su mochila en una de las sillas, al contrario de lo que pensé que haría, el perro se tumbó a su lado. No había ninguna señal de que prohibieran a los animales, y aun así creí que lo echaría. Al ver que no, que tanto ella como su mascota se quedaban, algunos se levantaron y marcharon. Pude notar entonces que aquello si le molestó, más bien le hirió, pese a que fingiera no darle importancia. Cuando le sirvió el café también le puso un poco de agua al can.

–No le des importancia –escuché que le dijo con una voz dulce, como si le hablara a un niño –La gente suele huir de lo que desconoce. Diría que es miedo –su voz apenas era un susurro inaudible –pero es ignorancia.

No le dijo mucho más y sus palabras parecieron reconfortarla. Por aquel tiempo no la entendí muy bien y pensaba que lo que debería haber hecho era darle un café para llevar y evitar que se sentara, menos aún dejar entrar al perro. Ahora me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Mi mundo durante aquellos años era aquel pequeño pueblo, así que sus pensamientos y comportamientos formaban parte de mi. Necesité salir y ver un poco más de mundo para comprender mejor aquella situación: esa mujer era una viajera -una “mochilera”-, había visto más mundo del que yo jamás veré. Ella lo sabía, por ello creo la trató así.

Desconocía y aún sigo sin saber los motivos que le impulsaron a venir sola a nuestro pueblo y marcharse apenas un año después. Pensaba, más por lo que decían en el pueblo que por mí mismo, que fue debido a una profunda desilusión amorosa. Más tarde comprendí que posiblemente fuera un parte del motivo, no todo. Lo descubrí una tarde de otoño en la que el invierno empezaba ya a notarse cerca. Siempre he creído que el otoño la representaba muy bien, una estación nostálgica, que provoca que flores y hojas, que han visto tiempos mejores, se sequen poco a poco a la espera de finalizar su ciclo vital. De alguna manera parecía que a ella le pasaba lo mismo.

Entré en la cafetería para pedir un café para llevar y me sorprendió no ver a nadie.

–Parece que hoy no tienes muchos clientes– dije remarcando lo obvio y sintiéndome idiota inmediatamente por ello.

–Si, eso parece– respondió de forma automática

Me sirvió el café y después de darme el cambio me quedé allí parado.

–¿Quieres algo más? – preguntó con una sonrisa cordial.

–¿Por qué estás siempre sola? – debía de ser una pregunta que me hacía a mí mismo pero la dije en voz alta sin darme cuenta de ello hasta que terminé de pronunciarla.

Pareció sorprendida por mi pregunta. Parpadeó un par de veces y separó los labios para decir algo, no obstante su boca no emitió sonido alguno. Pese a ello, se repuso rápido: –¿Por qué dices eso– cuestionó como si le hablara a un niño cuyo progenitor acaba de morir y pregunta por qué no volverá a verle antes de que nadie le haya dicho nada. Con el temor, la intuición, de que sabe algo, pero desconoces hasta qué punto o si realmente sabe algo.

Reaccioné rápido, sabía que si tenía alguna oportunidad de saber algo de ella sería en aquel momento.

–Porque es la verdad– no se me ocurrió otra cosa que decir– Parece como si te recluyeses en ti misma, como si temiera relacionarte con los demás. Al principio pensé que era timidez, pero llevo muchos días observándote y sé que no es eso– noté como me ruborizaba– Parece como si ocultaras un gran secreto– no sabía muy bien cómo definirlo– Parece no sé, que tuvieras miedo. No– me retracté– Es como si…como si estuvieras triste.

–Como si estuviera triste– repitió igual que alguien que no comprende muy bien lo que acabas de contarle.

–Continuamente– añadí en un hilo de voz.

Tomó aire despacio y lo exhaló lentamente, evaluando la situación en que se encontraba. Meditó un momento sus palabras y sé que titubeó antes de hablar, al hacerlo me miró a los ojos y vi como la duda daba paso a una cierta seguridad y anhelo. Entreví una pequeña oscuridad en ellos, de la misma forma que ocurre cuando vas a revelar aquello que has mantenido oculto durante tanto tiempo, que te podría destruir o es tu mayor miedo. Me mantuve firme e intenté transmitirle confianza, quería que supiera que pasara lo que pasase, daba igual lo que me contara no diría nada. Volvió a suspirar y la oscuridad se disipó, entendí entonces que no me contaría nada.

–He escuchado muchas historias sobre por qué creéis que estoy aquí. Tenéis mucha imaginación a la hora de crear rumores, infundados, de qué ha sido lo que me ha ocurrido– comenzó para mi sorpresa –– Quizá a la mayoría le hayan inspirado las telenovelas que ven o las películas, quizá haya sido por experiencia propia. Sin embargo, ninguna de ella se acerca a la realidad– asentí dándole a entender que le escuchaba– Un amigo mío siempre me decía que es bueno contar aquello que nos preocupa pero no siempre es fácil, ¿verdad? – parecía más un monólogo para sí misma que estuviera contando una historia– Hay situaciones que se reducen a un todo o nada; no obstante, incluso cuando eliges la mejor opción, a veces, los fantasmas del pasado, de lo que has dejado atrás, se mantienen a tu lado apareciendo constantemente. Sé que no se puede huir del pasado, pero si no hay forma de enfrentarlo, ¿cuál es la mejor opción? Creía que, marchándome lejos, intentar partir de cero, podría ayudarme – sus labios se curvaron levemente como si la situación fuese cómica –Parece que me equivoqué.



–¿Un mal amor? – pregunté pese a lo que ella había dicho ya –¿Alguien te hizo daño?



Negó con la cabeza: –Un amor o una pareja, no es la única persona que puede romperte el corazón– puedo asegurar que cuando dijo eso envejeció diez años– Toda persona a la que quieres, que tiene un lugar en tu corazón, que te importa, puede hacerte daño. Es cierto que muchas veces guardamos un lugar especial para la persona que creemos indicada pero…– hizo una pausa buscando las palabras adecuadas o quisiera estar segura de lo que iba a decir– Cuando esa persona aparece y ya estás rota, el mínimo movimiento puede terminar por destruirte.



Como en otras ocasiones no llegué a comprenderla en aquel momento, necesité un poco más de tiempo y de experiencia para lograrlo. Hay cicatrices y heridas demasiado profundas que nunca llegarán a sanar.

Poco después de aquello se marchó. Tal vez buscando, otro, nuevo comienzo o, menos probable, volviendo al lugar en que nacieron sus fantasmas. Sea como fuere cuando se marchó solo dejó una nota. “Cuídenle bien y denle el cariño que otros no supimos darle”.

Fui yo quien quiso hacerse, solo, cargo del perro y creo que el tiempo que vivió fue feliz. Nunca que extraño que, al igual que yo, pareciera echarla de menos. Muchas veces cuando pasábamos delante de la cafetería se paraba con la esperanza de verla y ,a decir verdad, compartía ese sentimiento. Como es normal eso nunca sucedió, las cosas así solo suceden en las películas.



No volví a verla ni a saber de ella, después de tanto tiempo aún la recuerdo mucho más que a otras personas con las que compartí más años de mi vida. Albergo la esperanza que de alguna forma encontrarse el modo de ser feliz aunque es algo que dudo mucho, creo que más bien aprendió a vivir con un corazón demasiado roto como para poder volver a sentir.

N/A: Toska: “en su sentido más profundo y doloroso, una sensación de gran angustia espiritual, a menudo sin una causa específica. En el aspecto menos mórbido es un dolor sordo del alma, un anhelo sin nada que anhelar, una añoranza enferma, una vaga inquietud, agonía mental, ansias. En algunos casos podría ser el deseo por algo o por alguien en particular, la nostalgia, una pena de amor. En su nivel más bajo, se reduce al hastío, al aburrimiento.”