Era un ser celestial, tan majestuoso que escapaba a la imaginación. Sin embargo, esa la perfección traía consigo la arrogancia.
Arrogancia ante aquellos seres inferiores.
Seres que caminaban por la tierra. Los miraba con desprecio, los miraba sin entender cómo eran capaces de destruirse, cómo sucumbían ante los más básicos instintos de ira y venganza.
Si, era un ángel pero también era arrogante, creía , en la falsa perfección con la que había sido dotado, poder cambiar a los seres humanos. Y con esa intención bajó a la Tierra.
Todo aquello cuanto vio le hizo creer que había bajado al reino prohibido, aquel lugar donde el fuego arde eternamente. Aquel reino que ganó uno de sus hermanos al revelarse contra el poder de su creador.
Era capaz de sentir, de percibir un dolor más allá de que hubiera imaginado soportable, aquellos seres habían hecho de su propio lugar un infierno mientras suplicaban a la divinidad que les adoraba una ayuda, un milagro. ¿Cómo? ¿Cómo podían esperar la ayuda de nadie si ellos mismos eran los causantes de su propio dolor, del dolor ajeno?
Quiso acabar con todo. Quiso blandir su justiciera espada contra aquellos que pecaban y así desenvainó su espada; sin embargo, no llegó a blandirla. Se quedó observando uno de aquellos humanos.
Era un ser imperfecto, no había nada que pudiera llamar su atención a la de otros. Pero se enamoró, dentro de aquel ser brillaba las esperanza y la bondad, cierta empatía y solidaridad; al igual que también se hallaba los más oscuros sentimientos de odio y venganza. Eran dos fuerzas completamente opuestas, no había forma de mantenerlas en equilibrio pero, sin embargo, aquel ser lo conseguía.
No podía entenderlo. Era imposible albergar sentimientos de odio sin caer en él. No era posible coquetear con la ira sin dejarse seducir por ella. Así se lo habían enseñado.
Y sin embargo; lo que sus ojos podían ver le demostraban lo contrario.
Olvidó que al salir del paraíso se volvía susceptible a aquellas emociones que cubrían el mundo como un manto.
Pese a que seguía siendo un ser divino, aquello que una vez infectó a uno de sus hermanos, lo estaba infectando a él. Aquello que denominaban: humanidad.
Comenzó a seguir a ese ser imperfecto, observándole a distancia. Su comportamiento era como poco paradójico. Hubo momentos en que demostraba tener amabilidad hacia otras criaturas como fue alimentando a un perro callejero mientras, seguidamente, ignoraba a otro ser que pedía ayuda ,en la calle, para él y su familia.
No fue capaz de recordar que su presencia no era más que meras ilusiones e imaginaciones para los mortales, donde ya no creían en seres fantásticos; no obstante, seguía siendo susceptibles a su presencia. Cuando se giró y sus ojos se toparon con aquel ser celestial, se sintió abrumada, confundida y asustada. Salió corriendo siendo sus piernas impulsadas por aquel instinto más básico que siempre les había caracterizado en las peores situaciones: la supervivencia.
Dentro de sí mismo sintió como si algo se quebrara cual cristal. El ángel olvidó que el castigo por descender sin el consentimiento de su creador era sentir al igual que lo hacían las personas.
El tiempo, elemento extraño pues allá de donde provenía no existía, comenzó a transcurrir.
Así se convirtió en un recuerdo olvidado, en un murmullo silenciado por el viento, en una ilusión infantil, en un sueño finalizado por sí mismo.
Lo era todo y se convirtió en nada.
Quedó vagando, de forma indefinida por aquellos lugares. Confundía los días, las noches. Hasta que volvió a verle. A ese ser que le había anclado en la tierra, se encontraba suplicando por un poco más de tiempo. Sus ojos se marchitaban, luchaba por no dejarse abrazar por la sombra de la vida. Entonces se miraron de nuevo. Brillaban un poco de esperanza en su interior aún y antes de cerrar los ojos, en su último aliento una disculpa y una suplica.
El pobre ángel enamorado no pudo hacerlo. No pudo dejar que Ella se llevara su alma. Sabía el precio que tendría que pagar pero no le importaba.
No le importó dejarse abrazar por su hermano caído, no le importó que las puertas del cielo se cerraran ni tampoco le importó quedarse atrapado para toda la eternidad en ese terreno neutral.
No era un ser maligno, no podía ni quería acercarse a ese lugar prohibido tampoco era un ser celestial para volver.
Podían salvar las vidas de las personas, podían sanar heridas y enfermedades que ni siquiera en el futuro más avanzado podrían curar y no les pasaría nada. No obstante, para devolver una vida debían perder sus alas.