jueves, 27 de agosto de 2015

El último viaje

Continuación de La elección de los muertos
4º parte y final de Caminantes en la niebla

(la imagen no me pertenece)



Tenía miedo, mucho miedo. Subir significaría aceptar que había muerto y él quería hacer tantas cosas pero tampoco podía huir; no quería convertirse en un ser, una sombra como las que había visto.
Miró de nuevo a la Muerte y tomó una decisión. Las puertas se cerraron tras él y tren comenzó su viaje sin retorno, silencio.
Sin dirigirle una sola mirada la Dama Negra comenzó a avanzar por el primer vagón, él la siguió sin articular palabra; no dieron más de diez pasos cuando se pararon. En el primer vagón había multitud de personas, la mayoría madres con sus hijos -que no llegaba a reconocer a todos-.

—Este es el vagón de tu infancia— dijo con aquella voz carente de sentimientos y emociones— Aquí están todas las personas que llegaste a conocer en algún momento.

Asintió sorprendido de saber que fueron tantas las personas que conoció y tan pocas las que recordaba. Siguieron avanzando hasta el siguiente vagón donde ahí reconoció a todos los pasajeros que estaban sentados. Se trataban de sus profesores, compañeros de clase, amigos...Durante los siguientes vagones la escena se produjo de manera similar: reconocía a personas que conoció en algún momento de su vida -cercana a la muerte-, en algún verano o un amor pasajero pero también se dio cuenta de que cada vez eran menos las personas que quedaban. Durante el viaje fue capaz de percibir algunos recuerdos reflejados en las personas que mirada: olvidados o grabados a fuego en su interior.  Y así fue pasando por las distintas etapas de su vida dándose cuenta de que puede que no todo lo que hubiera hecho mereciera la pena pero se sentía orgulloso de ello. Sabía que su camino había sido corto y que no había tenido la fuerte suficiente para dejar huella, solo era cuestión de tiempo que el recuerdo en que habría de convertirse se perdiera para siempre en las arenas del olvido, como tantos otros.
Finalmente llegó al último vagón -o más bien el primero- allí se encontraban sus padres, sus abuelos, su hermana y su mejor amigo.

—Estás son las personas que siempre te han acompañado a lo largo de tu vida y de las siempre formarás parte.

Creía que tenía más amigos que se preocuparía de él pero la muerte solo había dejado que uno solo se mantuviera a su lado aunque ya no volvieran a verse. Le hubiera gustado tanto despedirse de ellos, decirle adiós o darles las gracias. Miró a la Muerte con una súplica silenciosa en sus ojos, ella asintió. Le bastaron unos minutos para hacerlo, ignoraba si realmente recibirían el mensaje o no; no obstante, el poder hablar con ellos pese a que -probablemente- solo fueran una ilusión fue suficiente para armarle de valor y tranquilizarle. Ahora estaba preparado.
Cuando el tren finalmente paró bajó sin mirar una solo vez atrás, sabía que la Dama Negra no le acompañaría más. El andén donde había bajado era de un níveo mármol casi cegador, era la primera vez que estaba allí pero sabía adonde debía ir. Comenzó a subir las escalera que conducían a la puerta de salida, o lo que él creía que era la salida de la estación. Pronto una cálida luz comenzó a embriagarle, se sentía en como en casa.

Había llegado a su destino.

jueves, 20 de agosto de 2015

La elección de los muertos

Continuación de La estación vacía

(la imagen no me pertenece)

Estaba muerto.
Se sintió angustiado, asustado; el pánico recorría cada parte de su cuerpo, cada recoveco de su mente.
Quería huir, ¿adonde? ¿Dónde ir si estaba...-el solo hecho de pensarlo le daban ganas de vomitar- muerto? ¿Dónde esconderse?
Miles de ideas, pensamientos, azotaron su mente sobreponiéndose unas a otras. Se sentía abrumado.
¿Cuándo? ¿Cómo? Y aunque sabía perfectamente las respuestas a estas preguntas no podía evitar hacérselas. 
¿Por qué a él? ¡No! Era imposible que estuviera muerto.
¡Si ayer mismo había quedado con sus amigos! ¿Realmente fue ayer? Ahora comenzaba a cuestionarlo todo, ¿valía la pena todo lo que había hecho con su vida? ¡Ah! Se lamentaba de tantas cosas...Debería haber ido a aquel festival que se realizó la semana pasada y al que hubo solo un par de días después, ¡maldita sea! Había perdido el tiempo estudiando y todo ¿para qué? Para que si vida hubiera finalizado tan pronto...patético. No era justo. 
La rabia dio paso a la tristeza, le escocían los ojos y no se molestó en tratar de esconder sus lágrimas; las cuales solo limpió al percatarse de la figura que había a su lado.
Supo enseguida de quien, o que, se trataba. No se asemejaba nada a esa calavera encapuchada portando una guadaña, tampoco a otras ilustraciones que había visto de ella. Las facciones de su rostro parecían esculpidas, que era lo único que parecía tangible, todo su cuerpo era etéreo casi como una ilusión. Era bella, era una belleza singular, de otro mundo, incapaz de poder describirse y aunque estaba fascinado a la vez le causaba miedo: a lo que su presencia significaba.

—No quiero morir— le costó articular palabras, casi parecía que debía expulsarlas de su garganta y cuando lo hizo su voz sonó áspera, ronca.

La Muerte no dijo nada, se quedó allí en silencio mirando al frente. Esperando.
No tardó mucho en llegar un tren, silencioso, como si se deslizara sobre las vías no por ellas.
Cuando paró frente a ellos y abrió sus puertas La Muerte le invitó a entrar, titubeó, ella pasó y le extendió la mano; no obstante seguía dudando.
Bajó la mano y habló, no supo calificar que tipo de voz tenía, simplemente no podía hacerlo, era inefable. 

—Te convertirás en uno de ellos.

A su mente acudió la imagen de esas errantes sombras.

—¿Quiénes eran?— se atrevió a preguntar, de nuevo, le costó articular las palabras y tuvo la sensación de tener que expulsarlas.

La Dama negra no respondió inmediatamente.

—En otro tiempo fueron humanos— contestó— Almas sin cuerpo que se negaron a continuar aferrándose a una vida que ya no tenían. Decidieron volver a un mundo al que no pertenecían.

El tren dio el primer y último aviso para subir antes de partir de una estación a la que ya no volvería. 

viernes, 14 de agosto de 2015

La estación vacía

Continuación de Caminantes en la niebla

(esta imagen no me pertenece)

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Empezó a girarse lentamente, olvidándose de su malestar; no obstante, era tal el miedo que sentía que no llegó a realizar el giro completo. Demasiado temeroso por lo que sus ojos pudieran encontrar, quiso olvidarlo y decidió hacerlo encaminando sus pasos hacía el andén cinco donde debía esperar el tren.
Cada vez le dolía más la cabeza y se sentía más mareado, el malestar que sentía era general por todo el cuerpo.
Alguien pasó por su lado, casi chocaba con él pero tuvo los suficientes reflejos como para evitarlo aunque no para verlo. Le gritó, le recriminó que debía tener más cuidado pero solo fue escuchado por las paredes de la estación. Bufó molesto por la actitud de...aquella persona, sombra o , tal vez, ilusión. Ahora dudaba de que hubiera sido real y no solo fruto de su imaginación.
Pronto, la molestia dio paso a la sorpresa al percatarse de que no había nadie en la estación. No se encontró con la mujer mayor que quería aparentar menos edad de la que tenía bajo capaz de maquillaje ni con ninguno de los tenderos que en aquellas horas solía abrir sus pequeños comercios de revisas o souvenirs; tampoco con el viejo que vendía cupones ni con el muchacho que servía en la cafetería , ni siquiera con el funcionario que volvía de trabajar deseoso de ver a su mujer, la cual esperaba un hijo. Se extraño también de no escuchar la vacía voz femenina de megafonía que anunciaba la salida y llegada de trenes; mas, lo que más le inquietó fue no escuchar el sonido de los mismos.
Se paró paró al llegar a su andén mientras observaba a su alrededor buscando alguna seña de vida, ¿se habría equivocado de hora? Levantó la cabeza hacia el reloj de agujas que sobresalía enfrente suya, parecía haberse quedado parado a las 6:47.Sus ojos se quedaron allí clavados, como si hubiera sido hipnotizado.
Escuchó entonces un tren y voces que se volvían gritos histéricos pero le parecían tan lejanos como un sueño.
Fue en aquel momento cuando un doloroso recuerdo acudió a su mente...
La mañana en la que se levantó no se encontraba bien, tenía escalofríos y tal vez febrícula pero debía exponer un trabajo con sus amigos y no podía fallarles. Cuando llegó la estación la fiebre le había subido y los temblores no cesaban. Fue por eso que se acerco demasiado a la vía, fue por eso que la fiebre terminó venciéndole y haciendo que se precipitara sobre los raíles en el momento que llegaba el tren.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Caminantes en la niebla

(esta imagen no me pertenece)

Cuando se despertó le dolía la cabeza, a decir verdad le dolía todo el cuerpo; aunque, no recordaba salir de fiesta anoche, lo achacó  a la resaca. Perezosamente se levantó. Sentía cada músculo, cada articulación y hasta cada hueso de su cuerpo entumecidos, era doloroso. Imaginó que tal vez que alcohol que tomo era del malo, de garrafón y que por ello se sentía así. 
Giró el cuello produciendo un extraño y sonoro crujido para mirar por la ventana; no obstante, no alcanzó a ver nada más allá del cristal. Una espesa niebla cubría todo el pueblo, de no ser por la alarma del despertados que había sonado, no sabría discernir si era de día o de noche. 
Se cambió cual autómata, acostumbrado como estaba a esa rutina monótona de casi todas las mañanas.
Titubeó un poco antes de salir a la calle, si estiraba su brazo no era capaz de ver la palma de su mano; por suerte conocía el camino que debía recorrer, tanto como la propia palma de su mano pese a que no fuera capaz de verla. Conocía cada calle y cada bache del lugar donde se había criado, así que ajustándose bien la chaqueta se aventuró al interior de aquella nube.
No tardó mucho en advertir que en su camino lo acompañaban unas sombras grotescas, difusas, tambaleantes que murmuraban palabras más semejantes a gruñidos que al lenguaje humano.
Sonrió de medio lado pensado que no había sido el único en beber demasiado anoche; sin embargo, esa sonrisa desapareció pronto sustituida por una leve mueca de dolor. Cada vez se encontraba peor.
Lamentó y maldijo no poder faltar esa mañana y se prometió a sí mismo que aquella era la última vez que salía de fiesta teniendo que asistir a clase al día siguiente, más si debía estar concentrado en exponer un trabajo que le había llevado meses finalizar como era el caso.
Tomó una bocanada de aire y lo soltó lentamente por la nariz, aún debía coger un tren antes de llegar a la facultad.
Al cruzar las puertas de la estación se percató de una horrible verdad que le hizo temblar...él era el único universitario que cogía aquel tren y la única persona que hacía aquel recorrido durante esa hora de la mañana.