miércoles, 4 de enero de 2017

Caminaba dejando sus huellas en la nieve...

....mientras pequeñas gotas caían de un nublado cielo que hacía días no mostraba rayo alguno del astro rey, lo que provocaba que la sensación de frío fuese mayor. Llevaba una roja bufanda tapando gran parte de su rostro pese a ello era capaz de ver su propia respiración.

Atrás habían quedado las celebraciones de Navidad y Año Nuevo; todo el mundo parecía haberse renovado con el cambio de año, era como si hubiesen abandonado todos sus problemas o como si éstos les hubieran abandonado a ellos, dejando espacio a la esperanza y los buenos deseos. ¿Y ella qué? ¿Qué había pasado con su ilusión? ¿Su alegría? ¿Su optimismo? Sentía su interior casi tan frío como el ambiente.

Decidió alejarse de todos y pasar esas fechas tranquila aunque puede que no hubiese sido tan buena idea. No se encontraba ni sentía tan bien como creía. Suspiró cansada.
El agua que caía estaba comenzado a calar el abrigo, fue cuando se dio cuenta de que llevaba horas fuera; sin embargo, no tenía ganas de volver al hotel. Continuó caminando sin ser consciente de dónde iba, mirando al suelo casi continuamente, eso le ayudaba, un poco, a no pensar. Paró cuando el cansancio se hizo presente en forma de leves calambres en sus piernas. Alzó la cabeza en busca de un bar, pub o cafetería en la que poder descansar y tomar algo caliente pero no encontró nada. Ni una casa, ni una carretera, coche o señal alguna, solo árboles y más árboles. No sabía dónde estaba.

Su corazón comenzó a acelerarse, el ocaso estaba cerca y el frío aumentaba. Asustada comenzó a gimotear y llamar pidiendo auxilio.  Así estuvo unos minutos hasta que se obligó a sí misma a calmarse. Observó con cuidado el paisaje, extrañándose y maravillándose al mismo tiempo. Se cuestionó si realmente todo aquello estaba así cuando llegó: los árboles, desnudos, tenía una verdosa y grisácea corteza que no les restaba belleza. Se erguían en imposibles formas, enroscándose sobre su propio eje. En lo alto de sus ramas descansaba una capa de nieve como si se tratara de sus propias hojas, adoptando incluso su misma forma.
No supo en qué momento comenzó a nevar pero los copos parecía flotar estáticos a la vez que brillaban con una tenue luz cálida. Levantó la mano, quitándose los turquesas guantes que llevaba, para acariciar con la yema de los dedos una de ellas esferas que estalló, cual burbuja, en pequeños destellos al primer contacto. Lejos de asustarse siguió haciéndolo, jugando como una niña pequeña, girando y riendo; hacía tanto tiempo que no escuchaba su propia risa que le resultó ajena.

Vio una sombra a su derecha en uno de esos giros que le hizo detenerse. Alentada por la idea de que hubiera alguien más y, a la vez, temerosa de que así pudiera ser, se acercó con cautela. Abrió los ojos ante aquella ilusión, podía verse a ella misma como si estuviera delante de un espejo. No obstante, su reflejo era mustio, triste, casi negro.  Alargó la mano hasta que ambas se tocaron, percibió el álgido frío del hielo. Retiró la mano con rapidez, al igual que "ella". ¿Acaso estaba muerta? Se preguntó con una tranquilidad que le asustó. Entonces, ¿aquello era el cielo? No tenía pinta de ser el inframundo, era demasiado bello para serlo como se lo habían descrito. Pero, ¿cuándo? ¿Cómo? No recordaba haber muerto, ¿los muertos recuerdan como abandonan la vida? Además y más importante, había un detalle que tiraba por tierra aquella teoría...seguía notando su corazón latir.

Un idea, como un flash, cruzó su mente. ¿Sería así el reflejo de lo que veían los demás? ¿Se mostraba de esa forma? Aquella idea tampoco le agradaba. No quería que tuviesen  esa percepción, ¡no le gustaba ni a ella! Se miró con tristeza y odio, poco a poco su doble se fue desintegrando en cenizas que quedaron a su alrededor. Las miró durante largo rato hasta que le entraron unas ganas inmensas de llorar. Y así lo hizo, lloró, gritó hasta que le dolió la garganta y pateó el suelo enfadada. Porque lo estaba.

Estaba enfadada y triste. Se dejó caer sobre sus rodillas aún con lágrimas en los ojos. Lo siento, comenzó a decir y siguió repitiendo, lo siento mucho. Por más que lo intentaba, por más que se pasaba el dorso de la mano por sus mejillas, no se secaban.
Te hecho de menos, susurró al fin y cuando lo hizo se sintió libre. Dejó de llorar y de sentir esa opresión en el pecho que tanto había tratado de ignorar. Se sentía diferente.
Las cenizas comenzaron a emitir un ligero fulgor similar a las llamas. Volvieron a formarse y esta vez se reconoció, era como quería verse.  Se incorporó, ya no tenía aspecto ese oscuro y pese a que podía atisbar en sus ojos el brillo de la melancolía por la pérdida de un ser querido, había recobrado todo lo que fue aunque fuera de una forma distinta.

Con un renovad ánimo y ligera vitalidad buscó el camino para volver, volviéndose a dejar girar por sus pasos finalmente salió a un sendero que atravesaba todo aquel jardín. Mas, no estaba segura completamente de haber estado en ese jardín, lo había visitado otras veces y en ninguna de ellas encontró el lugar del que acababa de salir.
Atrás, la etérea figura de un muchacho la miraba marcharse sonriente, gracias, le dijo a la negra figura que había a su lado, la cual no respondió.