domingo, 27 de diciembre de 2015

El camino de vuelta

Aunque eran ya altas horas de la madrugada, los trabajadores se aferraban a sus últimas horas de sueño antes de comenzar su jornada.  Las luces de las farolas iluminaban escasamente su camino entorpecido por una niebla, que si bien no era demasiado densa tampoco dejaba ver más allá de los escasos diez metros.
Maldecía sus ganas de fiesta y el hecho de haberse quedado hasta el final en la discoteca provocando que ahora tuviera que volver sola a su piso. No dejaba de repetirse a sí misma que debía haberse vuelto con sus compañera; aunque, más que por recriminarse lo hacía para escuchar algo más que sonido de sus pasos.
Un escalofrío le recorrió la columna deteniendo no solo la retahíla de palabras que escapaban de sus labios en un murmullo, sino también sus pasos. Su corazón comenzó a latir frenéticamente amenazando con salir de su pecho. Volvió a caminar rezando por que aquello solo fuera su imaginación...no lo era. Sus pasos ya no eran los únicos que se escuchaban.
Se giró reuniendo un valor del que carecía para no ver nada. El aire quedó retenido en sus pulmones. A su mente acudieron imágenes, noticias de chicas desaparecidas. Expulsó el aire de forma inconsciente tomando su cuerpo la iniciativa de huir de allí. Cuando sus pensamientos se desbloquearon se encontró a sí misma corriendo hacia su portal, cuyo camino nunca le pareció tan largo como en aquellos instantes. Con la respiración entrecortada giraba la cabeza de vez en cuando intentando vislumbrar a su persecutor pero no veía nada, ni siquiera una sombra. Quería gritar, pedir ayuda; no obstante, no era capaz de articular palabra.
No sabía de quién huía, tampoco estaba completamente segura de que alguien le persiguiera mas su instinto le instaba a escapar.  Cuando vio la puerta del bloque se sintió erróneamente a salvo.
Perdió el bolso, las llaves, el móvil....todo en el forcejeo intentando liberarse.  Cuando consiguió zafarse, lo hizo con un punzante dolor en el abdomen. No sabía adonde dirigirse, solo quería alejarse de allí y de quien fuera que le había asaltado. Conforme más corría más menguaba aquel dolor, tal vez por la adrenalina que en aquel momento liberaba su cuerpo, tal vez no. Pero ahí estaban de nuevo el eco de aquellos pasos que la perseguían atormentándola dentro de aquella niebla en la que, sin saberlo, se encontraba atrapada.






N/A:Para aquellos que leyeron  Los caminantes en la niebla encontraran aquí algo familiar en ambos relatos.


jueves, 10 de diciembre de 2015

La verdad

Cuando finalmente comprendió el motivo, cuando descubrió La verdad prefirió no haberlo hecho. Deseaba volver a vivir en la ignorancia, feliz en esa farsa a la que llamaban vida pero era demasiado tarde.
Se había convertido en una loca.
La única capaz de ver en un mundo de ciegos, la única capaz de oír en un mundo de sordos que no quería escuchar sus cuerdas palabras.
Su castigo por la curiosidad no fue la muerte, sino algo mucho peor: la más absoluta soledad. 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Callejero

Sentando en uno de los escalones del portal veo caer las gotas de lluvia. El cielo está negro igual que los adoquines, igual que el frío suelo donde estoy. También está sucio, lleno de colillas y chicles pegados, alguna lata de refresco y bolsas de plástico vacías que en algún momento contenía productos salados. Arrugo la nariz y sacudo la cabeza cuando una gota me salpica haciéndome retroceder un poco, pegándome más a la puerta. No me gustaba el agua, me mojaba la piel y hacía que el frío se calara aún más en mis huesos. Creo que hoy dormiré aquí, al menos es un lugar seco; pienso mientras me acurruco en una esquina en busca de mi propio calor. Volvía a llegar esa época del año donde las noches eran cada vez más largas y frías, donde cada día la supervivencia se hacía más difícil y ver de nuevo salir el sol era una victoria contra la muerte. Eramos muchos los que vagábamos por la calle; algunos nacieron bajo estas condiciones, a otros nos abandonaron sin motivo aparente. No era sencillo vivir así, más para aquellos que antes tenía una casa, un lugar donde dormir y una comida asegurada. Ahora lo único que te mantenía respirando era la desconfianza. La desconfianza y robar pero eso no era sencillo, la mayoría de las veces podía conformarte con rebuscar algún alimento en los cubos de basura. Es sorprendente la cantidad de comida que pueden tirar y aún es comestible; sin embargo, eso no hacía las cosas más sencillas. Debías pelear contra otros por ese trozo de pescado a medio comer o por esa lata casi vacía donde prácticamente lo único que quedaba era el olor de lo que alguna vez hubo.Además, por razones que desconozco, solíamos ser blanco de mucha agresiones. Nos lanzaban piedras, nos pegaban patadas o nos lanzaban al río. Muchos murieron así, no sabían nadar. Unos pasos procedentes del interior del edificio me ponen en alerta, me acurruco aún más esperando no ser descubierto pero atento a lo que pueda pasar. La puerta se abre y de ella veo salir a un hombre, lo que más temo y a la vez es más frecuente ocurre, en cuanto me ve alza la pierna dispuesto a darme una patada. Con agilidad y rapidez consigo esquivarla por poco y salgo corriendo de allí, ya no llueve pero el manto blanco que cubre las calles dificulta mi avance. Noto el frío recorrer mis músculos entumecidos, siento dolor a causa de la humedad también; no obstante, no me detengo hasta llegar a un callejón bastante alejado de aquel portal. El olor no es agradable y pronto me doy cuenta que no debería estar allí. El territorio está marcado, una figura esparce su sombre tras de mí. Me giro veloz y me preparo para luchar, el perro que hay frente a mi es enorme, me dobla en tamaño y me muestras sus fauces de forma amenazadora. No tengo escapatoria y sé que no ganaré esta pelea. Mis días acabarán aquí, una muerte poco digna sobre un charco de sangre al que nadie hará caso hasta pasados unos días cuando el olor de mi cuerpo en descomposición sea tan repugnante que obliguen a retirarlo de aquí, entonces ya no sé que será de él aunque para ese entonces ya no tendrá demasiada importancia.  El animal se lanza sobre mi y pese a que intento esquivarlo y huir no lo consigo, grito y peleo esperando que alguien venga en mi auxilio pero es una esperanza vana. Nadie vendrá a ayudarme. Nadie vendrá a salvar a un gato callejero.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Niñez

Era un sueño roto. Una ilusión olvidada. Un suspiro vacío. Una sombra en la noche. Una voz muda. Un tren de madera parado, una muñeca polvorienta, una casa de juguete deshabitada. Eran unos ojos pequeños y un pelo enredado. Una sonrisa mellada. Era una cara sucia y ropa cubierta de barro. Era la niñez olvidada que esperaba ansiosa que volvieran a recordarla. Miraba con el ceño fruncido aquel extraño reflejo de quien era, nada similar a lo que esperaba.
Y se cruzaba de brazos. Y gritaba. Y pataleaba a la espera de una respuesta mejor que el silencio. 
Pese a llevar así muchos años no desistía, no menguaban sus fuerzas, ni sus ansias, ni sus esperanzas de ser, de nuevo, escuchada.